La pandemia de COVID-19 ha obligado al mundo a adaptar de forma repentina los servicios de salud, de educación, de información, de abastecimiento e incluso los de asistencia emocional. ¿Quedarán lecciones una vez superemos el pico de la crisis?
La pandemia del COVID-19 ha irumpido en todos los ámbitos de la vida de los humanos en la tierra. La escala del brote no tiene precedentes en el último siglo y ha causado un remezón social y económico cuyas secuelas son aún imprevisibles.
Bernardo Toro, filósofo y representante de la Fundación Avina en Colombia, que promueve el desarrollo sostenible, reflexiona en esta entrevista sobre algunos aspectos invisibles que la emergencia sanitaria ha desnudado.
Toro, ex decano de la Facultad de Educación en la Universidad Javeriana, cree que el efecto del coronavirus podría ser el detonante de un cambio de paradigma que ponga por encima de toda consideración la preservación y el cuidado de la vida en el planeta.
¿En qué consiste el “paradigma del cuidado” que usted ha pregonado y cómo a la luz de lo que estamos viviendo con la pandemia del coronavirus se aplica?
Un paradigma es una forma de ordenar la realidad para poder estar en ella. Desde el siglo XIX hemos visto que el paradigma que ordena la realidad es: acumulación, poder y éxito. Ese paradigma produce cosas muy importantes: las comunicaciones, la medicina moderna. Pero también cosas menos buenas: el calentamiento global, la contaminación.
En América Latina Leonardo Boff —en un libro que en portugués se llama Saber Cuidar, y en español, El cuidado esencial— sienta las bases del cuidado como problema social y político.
Ante la crisis climática la pregunta por el cuidado es la pregunta sobre cómo seguir consumiendo o cómo seguir produciendo cuando no podemos detenerlo. Para eso necesitamos un paradigma que resuelva los problemas del paradigma anterior.
Si bien parecía que el mundo no podía detenerse, la pandemia del coronavirus ha obligado a medio planeta a parar, interrumpir los intercambios y a confinarse de forma repentina…
Lo que nos está enseñando el coronavirus es a distinguir qué de lo que hacemos es esencial y qué no. Desde el punto de vista del cuidado, esta situación nos dice que no podemos parar de producir, pero solo debemos producir bienes útiles. ¿Qué son los bienes útiles? Los bienes que contribuyen a la vida digna de la gente y al cuidado del planeta. La realidad es que muchas de las cosas que hacemos no son útiles ni contribuyen al cuidado del planeta. En este acuartelamiento físico vemos que hay un montón de cosas inútiles que estábamos haciendo y que no son tan importantes. ¿Qué es lo importante? primero cuidar de sí mismo, cuidado de la salud, del espíritu.
¿Y qué entiende usted por cuidar de sí mismo?
En este momento es más importante la salud que la medicina. Si no hay salud, la medicina no da abasto y eso lo sabemos bien desde los años 70. Medicina para todos no es posible en algunas sociedades. Salud para todos es posible en cualquier sociedad. La medicina es un problema de ciencia y tecnología, la salud es un asunto de educación y comportamiento. Solamente un país que tiene salud para todos puede darle medicina a todos los que la necesitan en el momento en el que la necesitan.
En Colombia no tenemos empresas de salud, sino empresas de medicina. Las EPS son presentadas como empresas de salud pero son de medicina. No miramos si el 100% del país tiene agua potable que es un tema más importante y primero que tener hospitales de última generación.
Algo parecido: tampoco tenemos formación espiritual, tenemos formación religiosa. Le doy un ejemplo que viví. Hace unos años fui a ver una escuela de formación budista. La formación empieza a los 9 años y termina a los 14 años. Me decía la directora de la escuela que durante 6 años van a aprender a hacer silencio interior para escuchar su voz interior, para que a los 14 años puedan tener los votos y las reglas que van a cuidar su vida. Que usted se conozca más, que tenga más auto-regulación, normas y leyes que van a guiar su vida. Para culturas que tienen involucradas la formación espiritual, eso es como aprender a leer y escribir.
Cuando la crisis se disparó en Europa, los medios europeos dejaron de publicar en primera página las cifras de contagiados para evitar el pánico… ¿Cómo el miedo puede aprovecharse para que no juegue en contra, sino que sea como un motor que nos permita adaptarnos a esta situación?
El miedo es un sistema de supervivencia. Pero debemos articular la visión interior con la visión exterior. La visión exterior significa que el ciudadano reciba información objetiva de lo que está pasando, información pública. La visión interior es qué tipo de comportamiento privado tiene que tener para articular armoniosamente esa información.
Los países a los que el virus ha llegado tarde pueden aprovechar la experiencia de los que lo recibieron primero. Con frecuencia se invoca la importancia de sistemas de salud pública robustos, que incluye la capacidad de hacer pruebas masivas y, además, Estados muy controladores que han restringido de manera eficiente muchas libertades.
Para poder contener el contagio se necesitan sociedades que confíen en la información pública, y que esta no esté configurada con un interés ideológico. Cuando creemos que el orden viene desde afuera, desde un gobierno que se impone de manera arbitraria, nos volcamos a ver como burlamos la norma. El cumplimiento debe venir desde adentro, de una convicción de que la norma busca lo correcto. No es lo mismo ser honrado que no robar; algunos no roban porque los están vigilando. La persona que es honrada no roba por decisión propia. Si la sociedad no confía en la información pública, no hemos logrado que el comportamiento interior sea visto como ejercicio de mi libertad y no como una limitación.
Muchos colegios y universidades están impartiendo sus clases a través de pantallas, sin la presencia física, en una nueva relación alumno-profesor. ¿Qué oportunidades y qué riesgos hay?
La educación virtual es muy buena cuando está contextualizada. Pero en Colombia partimos con una brecha inmensa de lenguaje. Un niño urbano llega a primero de primaria manejando 3.000 y 4.000 palabras distintas. Un hijo de un campesino llega manejando entre 400 y 500 palabras distintas. Si durante la primaria no hay profesores de altísima calidad, esa brecha lingüística no se va a curar nunca.
Lo que nos está mostrando el coronavirus es la inequidad de las condiciones educativas que tiene el país. Santa Marta —donde estoy— tiene la segunda educación más mala de Colombia. Las escuelas sin luz, sin contextos adecuados ni ambientes de aprendizaje. Los educamos diciéndoles: usted como ciudadano no nos importa. La inequidad no viene del coronavirus, viene de antes.
Los ricos no tienen problemas educativos: pueden comprar a cualquier precio cualquier tipo de educación. La pregunta urgente es ¿cómo hacemos para que el 99.9 % restante se eduque bien? Nos encontramos con el problema que no tenemos computadores en todas las casas, algunos tienen computadores muy antiguos o no tienen, es un problema de contexto, de infraestructura. Y si a eso le suma que muchos viven en situaciones de hacinamiento y estrechez, es difícil que esa virtualidad funcione.
El presidente de Francia, Emmanuel Macron, decía que estamos aprendiendo que los bienes públicos no son un gasto, son nuestro tesoro. Bienes públicos de calidad, claro.
Cuando hablábamos de la virtualización, en Colombia hay otro riesgo y es que las escuelas no solo son lugares de formación sino de alimentación u otros servicios básicos para niños, por ejemplo…
En cualquier país del mundo que piense en la importancia de la educación, los comedores escolares forman parte de la definición. Fui profesor visitante en Canadá y todos los colegios tienen comedores, como tener portería. Nosotros creemos que estamos haciendo una gran cosa, un gran favor, por tener comedores escolares y deberíamos tenerlos desde 1905. No estamos haciendo nada grandioso.
El coronavirus nos está mostrando con el dedo profundo el gran universo de inequidad en América Latina y en Colombia. La inequidad no es una enfermedad, es el resultado de la forma como una sociedad vive, consume y se relaciona y eso no tiene nada que ver con el coronavirus.
Colombia no entiende que no puede tener dos sistemas educativos: uno de buena calidad y otro de mala calidad. Mientras sigamos creyendo en unos niños educados de una manera y otros de otra manera, nunca vamos a tener educación de alta calidad. Cuando se busca excelencia para unos y no para otros, nunca se va a tener excelencia social.
¿Cree que esta pandemia va a imponernos una mejora de los sistemas públicos de salud?
Si quisiéramos aprender, sí, pero creo que no estamos haciendo suficiente énfasis sobre eso. La discusión se queda en si la EPS toma bien o no la muestra del virus. El ministro de salud, Fernando Ruiz, conoce muy bien el sistema, de atrás para adelante y viceversa, y eso es una garantía: tenemos al frente a una persona que sabe de qué está hablando y conoce la burocracia del sistema. Él sabe que muchos de los problemas de salud no se solucionan desde el Ministerio de Salud. Un ejemplo: enfrentar los efectos nocivos de las bebidas azucaradas no lo puede resolver el Ministerio de Salud sino el Ministerio de Industria y Comercio. Él tiene clarísimo y lo está manejando con cierta racionalidad. Hay líderes de opinión cooperando con mucha claridad, pero eso no significa nada si no hacemos la reflexión pública, sobre la importancia de recuperar los bienes públicos.
¿Cree que esta crisis nos va a devolver a viejas discusiones de los años 80 y 90 sobre la globalización? Hemos tenido que cerrar fronteras, reducir los intercambios, etc.
Lo mejor del coronavirus es que nos está mostrando que somos una sola especie, que se enferma, que tiene miedo y que los virus se mueven independientemente de la cultura y del territorio. Una de las cosas más importantes que aportó el paradigma de la acumulación, el poder y el éxito son las comunicaciones, las comunicaciones digitales. Los niños con los celulares aprendieron que el mundo es uno solo. El coronavirus nos afecta como una sola especie. Eso ya lo veníamos viendo con otros fenómenos como la crisis climática o la falta de acceso a fuentes de agua.
Si no aprendemos que vivimos en un solo territorio, más allá de las fronteras políticas, no vamos a ser capaces de enfrentar los problemas de la crisis climática, ni de las crisis ambientales y menos del coronavirus.
Pero la dura realidad es que estamos organizados en naciones y las decisiones las toman las cabezas de gobierno, dentro de su frontera y para su gente…
La realidad de una sociedad son las transacciones que genere. En este momento estamos en una sociedad con un montón de transacciones restringidas de toda índole: económicas, energéticas, emocionales. En occidente nos enseñan a hacer transacciones ganar-perder: acumular riqueza en un lado, extrayéndola de otro. Pero la única forma de que la riqueza crezca es que la equidad crezca en transacciones para ganar a nivel económico, político, social y espiritual.
Las ciudades son el epicentro de esos intercambios. También por eso fueron los primeros espacios de expansión del virus. ¿Cambiará para siempre la ciudad post- Covid19?
Esto es un aprendizaje. El conocimiento no es natural al ser humano, todo lo que sabemos es aprendido. Una sociedad no tiene más educación que la que ella misma es capaz de definir. Las inequidades de la educación colombiana, no son naturales, las inventamos nosotros y lo acolitamos nosotros. Solamente nosotros lo podemos cambiar. La grandeza que tiene Colombia, como las miserias, la violencia, los asesinatos, las violaciones, todo es obra de nosotros, no es mala suerte, no es que Dios nos olvidó. Lo que hacemos es lo que tenemos, que no depende de nadie diferente a nosotros mismos. Si el virus se propaga no es por el virus, es por el comportamiento de nosotros. Si se propaga la inequidad es por nosotros y por eso la podemos cambiar.
Usted es filósofo. ¿Qué significa para usted la palabra “solidaridad” es tiempos como estos?
Aprender a cuidar de los cercanos, cuidar los vínculos emocionales. Un niño que crece con vínculos emocionales fuertes difícilmente va caer en drogas, en el sexo extremo, es un niño que va a ser alegre, que va a tener gran nivel de resiliencia ante las dificultades porque los ve como dificultades no como problemas.
En los países escandinavos se dan 3 años de licencia a padre y madre. Ellos saben que pagarle su salario durante 3 años a un padre o madre es mucho más económico que atender después a un joven en una cárcel.
Solidaridad es también aprender cuidar de los vecinos. Hay gente que está dispuesta a dar la vida por la patria, pero no es capaz de entenderse con el del lado. No tenemos cultura de barrio, la destruimos. Al separar el sitio de educación de los niños de las comunidades en las que viven no se crean ambientes de seguridad. La mayoría de nuestros niños y niñas tienen amigos de curso, no de barrio. Destruimos el teatro parroquial, la mesa comunitaria, los parques, el club de rock, la biblioteca comunitaria. La arquitectura y el urbanismo no está ayudando en nada para eso.
¿Qué lee usted por estos días, cómo ocupa su tiempo?
Primero, haciendo oficio. Somos personas mayores tenemos, un excelente lugar y toca arreglarlo: hacer la comida, lavar los platos y luego nos sentamos, con mi esposa, los dos a trabajar. Estoy leyendo el libro de Thomas Piketty, Capital e Ideología.