‘¿Será que la educación actual nos está sirviendo para la crisis por la que pasa el planeta?’: Jorge Baxter
El Centro ODS entrevistó a dos profesores expertos en educación y quienes dirigirán un nuevo MOOC que estamos preparando.
Santiago Valenzuela A.
8/7/2021
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La población de niños, niñas y adolescentes ha sido una de las más afectadas por la pandemia del Covid-19. De acuerdo con la Unesco, en 2020 más de 1.200 millones de estudiantes en todo el mundo dejaron de recibir clases presenciales. De estos, un total de 160 millones son estudiantes de América Latina. En Colombia, la situación también es alarmante. De acuerdo con el Ministerio de Educación, por la pandemia 243.801 estudiantes han desertado de sus colegios, lo que corresponde al 2,7% de estudiantes en de escuela básica en el país.

Durante la pandemia, las instituciones educativas han optado por implementar modalidades de aprendizaje a distancia y virtual. No obstante, el acceso a Internet no universal en la región.  Según la Cepal, el 61% de los estudiantes de 15 años en América Latina tiene acceso a una computadora, el 79% acceso a internet y un 30% a softwares educativos. Para el caso de Colombia se tienen las siguientes cifras: el 67% de los estudiantes de 15 años tienen conexión a Internet, el 62% acceso a computadora y 29% a un software educativo.

Los desafíos para cumplir con las metas de educación establecidas en la Agenda 2030 no son menores. El ODS 4, sobre educación, por ejemplo, señala que se debe avanzar hacia una educación inclusiva, solucionando los problemas de desigualdades de acceso, participación y aprendizaje. Según la Unesco, de no ser por la pandemia, el gasto educativo habría aumentado en América Latina en un 3,6%. Sin embargo, dada la contracción económica se calcula que los recursos disponibles para educación pueden disminuir cerca de un 9% en 2021.

En el caso particular de Colombia, la juventud ha sido protagonista de una serie de protestas en todo el país y en estas han pedido garantías por diferentes derechos, entre ellos la educación gratuita y el empleo. Para ahondar más en el tema de la educación y el desarrollo en América Latina y el Caribe, el Centro ODS de la Universidad de los Andes entrevistó a Jorge Baxter, profesor de la Universidad de los Andes y PhD en políticas educativas, y a Johann Streiker Díaz, doctor en Psicología e investigador posdoctoral en el área de Educación.

Hoy, tanto en Colombia como en otros países de la región, los jóvenes parecen estar cansados y además están pasando por dificultades para acceder a la educación, entre otros problemas que se han agudizado con la pandemia. ¿Cómo leen ustedes esta coyuntura?

Jorge Baxter (JB): La situación en Colombia es muy compleja y va más allá de la inconformidad con el gobierno actual. Yo creo que en gran parte tiene que ver con el fracaso de un modelo de desarrollo que ha generado grandes inequidades en la sociedad colombiana y que por supuesto se hacen más evidentes con la pandemia.

También creo que la coyuntura es producto de una crisis democrática. Hay una desconexión profunda entre la clase política y los jóvenes. Falta escucha y diálogo; los jóvenes no se sienten representados por los políticos. El mito de la meritocracia — que te dice que, si juegas las reglas del juego, si trabajas juicioso, si obtienes una educación superior y si votas cada cuarto años todo va a estar bien y tendrás éxito —ya se está cuestionando.  Las reglas del juego y los arreglos institucionales ya no convencen a los jóvenes ni les parecen justos. No ayuda la corrupción, ni los medios ni las redes sociales. Entonces hay una profunda desconfianza en las instituciones y en los canales tradicionales de política democrática (votar, partidos políticos, etc.).

Johann Streiker Díaz (JSD): La palabra clave aquí es futuro y ahora lo que tenemos en frente es un panorama incierto, casi sombrío. En las clases se deben abrir espacios para tratar esa ansiedad sobre la incertidumbre. La educación tradicional se ha enfocado más en dar información, en preparar a los estudiantes hacia un mundo productivo, en “profesionalizar”, pero quizás se ha perdido el foco en educar y se ha limitado a instruir. Esto está en línea con lo que menciona Jorge sobre meritocracia, y siguiendo a Sandel, es importante reconocer que las oportunidades no son iguales para todos, y esto es lo que hoy reconocen los jóvenes. Hay muchas temáticas que no se trabajan en el área de la educación, como el desarrollo sostenible, la construcción de paz, el respeto por las diferencias, el desarrollo de empatía, entre otros. La coyuntura nos está mostrando que necesitamos cambios si no queremos volver al mundo de antes.

JB:  También agregaría que hay algo positivo en esta crisis. Lo que está pasando es que los jóvenes están reclamando su voz, su agencia, su poder colectivo, cosas que no les enseñaron en las escuelas. Y están aprendiendo en la calle temas clave como la organización política, la historia de las luchas sociales, cómo argumentar, deliberar y conciliar en situaciones de la vida real.  Es decir, están aprendiendo lo que no les ha enseñado el sistema político ni el sistema educativo tradicional. También es importante que como resultado de la coyuntura se abran espacios (formales y no-formales) para que los jóvenes puedan imaginar otros futuros, repensar, re-imaginar y contribuir a re-construir nuestras instituciones con nuevas lógicas.

Respecto a las movilizaciones, recientemente hemos visto en América Latina el surgimiento de un movimiento juvenil importante que justamente reclama por nuevos gobiernos, nuevas políticas. ¿Este fenómeno también está relacionado con la crisis educativa?

JB:  Sí, están relacionados. Pero hay una crisis más invisible y más profunda que quiero señalar. En el contexto de la pandemia me han parecido problemáticos los reclamos de algunos grupos que piden el regreso a clases sin un cuestionamiento más profundo del sistema actual y lo que este está reproduciendo.  Por un lado, el sistema actual siempre va a dejar algunos atrás, siempre generará diferencias entre grupos. ¿Como visibilizar eso y rectificarlo?

Y, por otro lado, la pandemia es producto del impacto de los humanos en nuestro medioambiente, por una cultura y modos de vivir que son insostenibles.  Sin lugar a dudas la escuela moderna está implicada en esta crisis planetaria y en la crisis política actual.

A raíz de las protestas en Colombia, varios expertos han pedido un nuevo contrato social. También hay que preguntarse qué tipo de educación y qué tipo de ciudadanos necesitamos para generar un nuevo contrato social que no se base en ideologías viajas de izquierda o derecha.

JSD: En ese sentido, los actuales reclamos convocan a un cambio real, uno que se aleje de esas fórmulas que han perpetuado la desigualdad. Esto se evidencia en la idea fundamental de las movilizaciones de que la intención no basta. Los jóvenes están comprendiendo que llevamos cuarenta años viviendo de intenciones. Por ejemplo, pensando en el medio ambiente se han hecho cientos de propuestas que al final quedan en el cajón, y el daño ambiental se profundiza cada día más. El hecho de que no exista una orientación clara a la acción frente a temas como la crisis ambiental o la desigualdad económica hace que los jóvenes se expresen con más fuerza. Entonces, llevamos 40 años hablando sobre los cambios que necesita la educación o la economía, pero estos cambios no se ven y los jóvenes sienten que cada vez tenemos menos tiempo para buscar soluciones ante un panorama que no es claro para el desarrollo de sus proyectos de vida.

Hablemos sobre la calidad en la educación. Mucho de lo que estamos viviendo tiene que ver con eso…

JB:  Hoy en día vale la pena preguntarse si la educación nos está sirviendo para el momento por el que está pasando el planeta, más allá de la crisis política de Colombia. Hay varias crisis simultáneas y todas están interconectadas; la ambiental, la política, la económica, la social, etc. Necesitamos un nuevo relato, y como dijo el poeta Thomas Berry en 1978, “todo es una cuestión de relatos. Ahora mismo estamos en una situación difícil, porque no tenemos un buen relato. Estamos entre dos relatos. El antiguo, –sobre cómo se originó el mundo, y cómo nosotros encajamos en él– ya no funciona, pero todavía no tenemos otro relato con el que sustituirlo.”

Y bueno, la crisis que estamos viviendo hoy también es una crisis de educación. David Orr afirma que los grandes problemas de nuestro tiempo tienen que ver, de un modo u otro, con nuestra incapacidad para ver las cosas en su totalidad. Es decir, tenemos una educación fragmentada que no les permite a los alumnos hacer conexiones entre las cosas, por ejemplo, entre la justicia social y la justicia ambiental ¡Eso es peligroso! Un sistema que promueve la acumulación de conocimientos, pero no de sabiduría, que separa la cabeza del corazón, la teoría de la practica, la enseñanza del aprendizaje y la escuela de su entorno, debe replantearse porque esas divisiones y paradojas dentro de nosotros mismos se reproducen en nuestras sociedades.

¿Y qué tiene que ver la calidad educativa en todo esto? Yo siento que el concepto ya está vencido, cansado, significa todo y nada. Ha sido cooptado por las lógicas del mercado o del Estado, se entiende como productividad, rankings, competencia, pruebas estandarizadas, etc. Y el discurso de derechos tampoco penetra.  A mí me parece que la calidad no es el problema central, tenemos que empezar a hablar de calidez. ¿Cómo educar personas más cálidas, que sepan cuidar y sanarse a ellos mismos, a los demás y al planeta?

JSD: Estamos en un momento de inflexión muy interesante, en donde se empieza a encontrar una tendencia hacia la corrección política que invita a alinearse a ese relato antiguo, a ese status quo, y su contraparte que promueve un pensamiento divergente y creativo, y creo que es el momento de atreverse a pensar distinto y a expresar realidades diversas, quizás muchas de estas incómodas. Como psicólogo que trabaja en el área de educación, uno de mis intereses es entender cómo la crisis planetaria actual es causada por el hombre y por su comportamiento y así poder diseñar alternativas de solución. Si el origen de la pandemia es humano, pues deberíamos empezar a promover o a afianzar comportamientos sostenibles que permanezcan en el tiempo. La calidad de la educación debería concentrarse en esa correcta y efectiva transferencia de conocimientos a la vida práctica, a la vida en sociedad, para poder responder a los retos reales que enfrentamos fuera del aula. Por ejemplo, sería fundamental que en la reactivación de los colegios se contemplara inicialmente fortalecer otras competencias como las socioemocionales — la empatía o el manejo del estrés, por ejemplo — para construirnos de otra forma como seres humanos. Los colegios no pueden ser únicamente lugares en donde se entrega información y se hacen exámenes estandarizados.

El Estado parece concentrarse mucho en indicadores sobre “productividad” y competencias, pero es algo global. ¿Hay países que lo estén haciendo distinto?

JB: Está el caso curioso de Finlandia, en donde el sistema educativo no mide tanto los avances de los estudiantes a través de pruebas estandarizadas, sino que prioriza mucho el juego, el aprendizaje significativo, las relaciones de calidez, entre todos aspectos. O en Bhutan, donde en vez de medir el crecimiento económico miden el crecimiento del bienestar y la felicidad.

Hay algo importante que estuvo presente en el contexto de Finlandia y que acá no hemos logrado construir y es la confianza. Hay altos niveles de confianza entre los políticos y las escuelas, entre los estudiantes y los profesores, entre los padres y escuelas. Esto lleva a la autonomía y creatividad. Esa confianza la construyeron a partir de unas luchas políticas y finalmente se dio un nuevo contrato social en los años 70s que redistribuyó los recursos y generó mas equidad y bienestar entre todos. No era socialismo, pero sí tenían claro que sin cierta equidad social y redistribución no se podían construir instituciones democráticas, educativas ni una economía dinámica e innovadora.

JSD: Al respecto, me gustaría hablar desde lo local. En América Latina hemos querido replicar otros modelos y sistemas de otras latitudes aunque existen múltiples factores que nos hacen distintos y que en nuestra suerte de miopía no hemos logrado identificar. Puede, incluso, que tengamos otros ecosistemas de conocimiento que han sido propios desde tiempos remotos y que se aplican de manera sorprendente en la actualidad. Por ejemplo, sería interesante ahondar más en la idea del buen vivir o de la Pachamama de los pueblos originarios de los Andes; allí hay toda una sabiduría ancestral que nos enseña a construir comunidad respetando la naturaleza y afianzando los vínculos con otros.

Claro, sería necesario cambiar el paradigma ambiental en los colegios y dejar de ver a la naturaleza como algo externo, explotable. ¿No es así?

JB: En el curso en el que estamos trabajando con el Centro ODS presentamos una visión diferente de la pedagogía y apuntamos a ofrecer una más participativa, crítica, reflexiva y holística.  Es decir, más de la misma educación no nos sirve. Necesitamos una educación que empodere a los jóvenes, que los invite a reflexionar, cuestionar y actuar para resolver los grandes problemas que hoy están relacionados con la sostenibilidad. Este tipo de educación también requiere de un trabajo interno de transformación y de reflexión para sanar las divisiones psíquicas que tenemos. Por eso es que trabajamos en estrategias como mindfulness y otras pedagogías que sacan a los niños de las aulas para tener experiencias y vínculos emocionales con la naturaleza, experiencias artísticas y somáticas que reconectan a los jóvenes con sus cuerpos e intuición, estrategias incluso espirituales inspiradas en las diferentes religiones y en la sabiduría ancestral para cultivar un sentido de magia y asombro por el entorno.

JSD: En ese mismo sentido, diría que una educación más participativa y activa debe tener mayor contacto con la naturaleza y no que esta sea un concepto construido solamente desde las ciudades. Por eso es importante impulsar salidas de campo y reconectar el contexto urbano con el rural. Hoy, lo que sucede con una tortuga en el Pacífico lo vemos como algo muy lejano, pero eso puede ser distinto si cambiamos ciertas experiencias en torno a la naturaleza. Y es importante que en ese proceso se fortalezca el pensamiento crítico de los estudiantes con el fin de que puedan reflexionar sobre la complejidad de todo el sistema, teniendo en cuenta lo social, lo económico, lo político y lo ambiental. Se trata, al final, de pensar crítica y sistémicamente. El curso ODS y sostenibilidad: una mirada desde los colegios tiene esa mirada y busca aportar a ese cambio de paradigma.

Ahora estamos en un contexto muy difícil para la educación. Millones de jóvenes dejaron de asistir a las clases. ¿Qué elementos creen que debe priorizar la educación para la reactivación que se avecina?

JSD: Es clave comenzar a abrirse al cambio. Las políticas públicas suelen pensarse de arriba hacia abajo, lo que termina generando una serie de pruebas estandarizadas y unos indicadores de calidad específicos. En otras palabras, no suelen debatirse esos conceptos con los estudiantes y tampoco se tiene en cuenta lo que ellos quieren o lo que necesitan. Después de la pandemia, por ejemplo, se debería pensar en el tema emocional, en la empatía y la solidaridad, dimensiones en las que la educación necesita profundizar. Una alternativa son los movimientos de abajo hacia arriba, en donde escuchemos a los jóvenes que se están manifestando y se establezca un diálogo intergeneracional e intercultural.

JB: Regresar a las aulas es urgente, sí, pero también es importante aprovechar lo que hemos vivido en el último año para cambiar ciertas cosas ¿Que importa tener más educación si los sistemas ecológicos que sustenta la vida de la humanidad están en peligro de colapsar?  Hay muchas lecciones e innovaciones que han señalado que un cambio en la educación es posible y que podemos y debemos reconstruir mejor. Voy a señalar, brevemente, algunas lecciones que siento que nos dejó la pandemia:

  1. Aprendimos que la pandemia es inducida por los humanos y que es urgente priorizar la sostenibilidad en el ámbito educativo. Es clave impulsar la educación para el cambio climático, y no hablo de esto como una electiva o un curso, sino como un pilar de las escuelas.
  2. Aprendimos que el sistema escolar y sus tecnologías funcionan bien para algunos y para otros no. Necesitamos, por ende, un sistema que pueda atender y responder mejor a las necesidades, habilidades y contextos de los estudiantes.
  3. Aprendimos que tenemos que priorizar lo que es importante en el plan de estudios: no se trata de cubrir el currículo y transmitir contenidos, sino de promover una comprensión más profunda de las cosas.
  4. Aprendimos que las pruebas y las calificaciones numéricas en muchos contextos son contraproducentes y debemos repensar cómo evaluar a nuestros estudiantes para contribuir a que su aprendizaje sea más significativo.
  5. Aprendimos que anhelamos las interacciones sociales, que lo que ocurre en los pasillos y en los campus es tan importante como lo que ocurre en las aulas.
  6. Aprendimos que el cuidado y la calidez deben ser una parte central de la enseñanza y la educación.
  7. Aprendimos que realmente se necesita una comunidad para aprender: maestros, padres, administradores, pares, etc.

Y podría seguir…

JSD: Son tantas lecciones aprendidas, todas tan necesarias y relevantes. Ahora, nuevamente insistiría en dar el siguiente paso después del diagnóstico, el paso de la acción. Hoy es común escuchar hablar sobre “el regreso a la normalidad”, pero eso sería volver a una anormalidad, es decir, si queremos cumplir con la Agenda 2030, justamente debemos cambiar lo que considerábamos la “normalidad”. La crisis nos ha mostrado una oportunidad para pensar en otro futuro, esta es una ventana de oportunidad invaluable, y si no la aprovechamos, más adelante será mucho más difícil construir ese futuro para las próximas generaciones.

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