Los páramos son un ecosistema único de la cordillera de los Andes. Frágiles y a la vez sorprendentemente resistentes a condiciones muy extremas, resisten fríos extremos y altas temperaturas. Cumplen una función vital regulando el ciclo del agua, deteniéndola cuando es abundante y liberándola de manera continua en épocas secas. Millones de personas en capitales como Quito o Bogotá, y en muchas otras ciudades intermedias de América Latina, dependen en gran medida de ellos para abastecerse de agua. Sin embargo, fenómenos asociados al cambio climático como el calentamiento del océano Pacífico o el desbalance radiativo, por un lado, y los cultivos de papa, la ganadería y la minería, por el otro, tienen el peligro este ecosistema crítico y sensible.
El próximo informe del Panel Intergubernamental sobre Cambio Climático (IPCC), que se entregará en 2021, incluirá, por primera vez desde que se publica, un capítulo dedicado a las altas montañas y los glaciares andinos tropicales como zonas de interés para el mundo. Conversamos con el autor líder de ese capítulo, Daniel Ruiz-Carrascal, hidrólogo de la Escuela de Ingeniería de Antioquia e investigador del International Research Institute for Climate and Society de la Universidad de Columbia en Nueva York.
¿Qué novedades hay en la ciencia del clima desde el último informe del IPCC?
En la parte científica hay cosas importantes y críticas. Por ejemplo, nos hemos dado cuenta que el sistema climático es más sensible a los incrementos en las concentraciones de dióxido de carbono de lo que se había inicialmente propuesto. Esto tiene mil implicaciones. El cambio en la sensibilidad del sistema climático podría dar señales de que las proyecciones de calentamiento global pueden ser más críticas en este nuevo informe de lo que se había publicado en informes previos, razón por la cual el tiempo que tenemos para tomar decisiones y para frenar los impactos nocivos del cambio climático es cada vez más reducido.
“Nos hemos dado cuenta que el sistema climático es más sensible a los incrementos en las concentraciones de CO2 de lo que se había inicialmente propuesto.”
¿Qué tanto estará América Latina implicada en ese nuevo informe que preparan?
El informe del Panel Intergubernamental va a tener, en el capítulo de zonas de vida claves, una parte dedicada a las montañas. Esto se va a hacer de dos maneras: la primera, es mediante el reporte especial sobre la criósfera (las partes de la tierra donde el agua está congelada), donde entran por primera vez los Andes tropicales pisando particularmente fuerte como ‘zonas de interés’; y la segunda, en el capítulo de análisis de riesgo se va a hablar de las montañas como zonas específicas de conservación de vida (junto con las zonas costeras y los corales, entre otros). La idea es que, cuando se publique el informe definitivo, se muestre la información, las proyecciones, lo que sabemos y hacia donde vamos de manera que los tomadores de decisiones mejoren su proceso de toma de decisiones para la conservación de los “hotspots” de biodiversidad en las montañas.
Usted ha estudiado durante años lo que está sucediendo en las montañas de los Andes y en particular en los páramos, un ecosistema prácticamente único de América Latina. ¿Por qué es un ecosistema tan particular en el planeta?
La respuesta tiene demasiados detalles. Los páramos son ecosistemas únicos de los Andes tropicales que en términos de altura, están por encima de los 3200 y 3400 metros sobre el nivel del mar. Es muy difícil definir una cota específica, pues eso depende de la latitud, del flanco de cada cordillera, de si hay o no ciertas condiciones microclimáticas, etc. Pero en general, siempre están por debajo de lo que llamábamos “nieves perpetuas”, es decir por debajo del borde glaciar de los picos de los Andes.
Al estar allí, tienen unas condiciones climáticas que los hacen muy particulares: primero, tienen un alto índice de radiación ultravioleta; segundo, tienen temperaturas que pueden fluctuar muy significativamente durante el día. Se puede decir que tienen inviernos en la madrugada con temperatura bajo cero y veranos al medio día; tercero, las plantas que los han logrado colonizar han generado mecanismos de adaptación que les han permitido sobrevivir a estas condiciones climáticas extremas. Por esto, estas son plantas que no se encuentran en ningún otro lugar del mundo.

En Colombia los páramos ocupan apenas un 1.7% del territorio colombiano pero son el origen del agua que abastece al 70% del país. ¿qué puede pasar si desaparecen?
Los páramos tienen una multiplicidad de servicios ecosistémicos. Quizás su aspecto más importante es el rol en la regulación de la oferta hídrica superficial. Se habla de los páramos como “fábricas de agua”. Esto no es totalmente cierto, pues ellos no crean el agua, esta viene de la interacción de los páramos con los bosques de alta montaña. Pero, lo que ellos sí garantizan es la regulación de la oferta del agua: atenúan la señal altamente errática que tiene la entrada de la lluvia para garantizar que la salida del agua de las cuencas hidrográficas sea continua, estable y de alta calidad. Así, sin páramos, lo primero que podríamos esperar es una pérdida de esa capacidad de regulación. Esto es crítico porque, aún en estación seca, las cuencas hidrográficas de alta montaña están garantizando la oferta continua de agua a las comunidades y a los ecosistemas que se encuentran en zonas bajas.
Otro aspecto importante es que, si desaparecen los páramos, perderíamos una riqueza enorme en términos de vegetación. Por su naturaleza única, los páramos son sitios experimentales que nos permiten saber cómo los ecosistemas responden a la señal del calentamiento global. Si nosotros entendemos cómo estos ecosistemas responden a dicha señal, podríamos crear el conocimiento que se requiere para que muchos otros ecosistemas del mundo sean conservados.
Perderíamos también un bien cultural inigualable, pues este es un paisaje al cual le hemos rendido tributo desde la época precolombina. Las lagunas cercanas a las masas glaciares eran sitios de peregrinación por parte de las comunidades indígenas, algunas de ellas, comunidades que siguen habitando la zona. Estas lagunas, que obviamente tenían un valor inmaterial, se volvieron lugares de extracción. Detrás de todo esto hay un problema de educación.
Se dice que los páramos son como una “esponja”. ¿Le parece que esta es una imagen que ilustra bien su función reguladora?
Exacto. Los páramos se comparan con una esponja porque, en los períodos en los que hay una gran cantidad de agua entrando, permiten que esa agua se almacene y se libere lentamente y de manera regulada en los periodos secos. De hecho, cuando el suelo está en condiciones de saturación puedes exprimirlo con tus manos y obtener grandes cantidades de agua. La vegetación —los frailejones, por ejemplo—, también tiene una gran cantidad de vellosidades que atrapan gotitas de agua suspendidas en el aire. Así, cuando tú te acercas a cualquier planta del páramo, inmediatamente te mojas. Indudablemente, hay un mecanismo muy eficiente para atrapar el agua y para regularla y brindarla de una manera continua y estable.
¿Hoy en día cuáles son las principales amenazas a la conservación de los páramos?
Tenemos muchas amenazas, la gran mayoría por cuenta de actividades humanas, algunas directas y otras indirectas. La amenaza humana directa es claramente la presión por la expansión de la frontera agrícola y pecuaria. Estas fronteras cada vez están alcanzando cotas más altas, algunas de ellas están entrando significativamente en los ecosistemas de páramo. En Colombia, hay páramos con ganadería extensiva y siembra de productos agrícolas como la papa.
Otra presión importante es la minería: una amenaza particularmente crítica, pues esta actividad requiere varias cosas que ponen en riesgo la integridad de los páramos. Por ejemplo, para extraer los minerales del suelo hay que drenar lagunas, espejos de agua y almacenamientos pequeños de agua, conocidos como ‘turberas’. En los páramos del país hay numerosas concesiones de minería al interior de los páramos o en las áreas aledañas a los mismos. Esto es crítico.

Precisamente por ese conflicto entre las empresas mineras que quieren explotar en los páramos, en Colombia el gobierno ha tenido que trazar una línea para delimitar las áreas de páramo. ¿Qué opina?
Desde la academia nos preguntamos, ¿cómo se determina una línea —hipotética e imaginaria— que divide el bosque alto andino del páramo? Es verdaderamente imposible.
El Ministerio del Medio Ambiente tiene la obligación de hacerlo, por ley, para poder dialogar con otros ministerios, como el de Minas o el de Agricultura, o para saber qué hacer con estas áreas a futuro sobre las cuales hay un interés y unas expectativas de las empresas mineras. Pero las líneas que se trazan realmente son muy difusas.
“Desde la academia nos preguntamos, ¿cómo se determina una línea —hipotética e imaginaria— que divide el bosque alto andino del páramo? Es verdaderamente imposible”.
¿No sería más fácil y conveniente definir una altitud por encima de la cual están prohibidas actividades como la minería, la ganadería e incluso la agricultura?
Eso presentaría un problema, pues la altitud depende de la latitud y cambia de flanco a flanco de cordillera. Por eso, quienes definen la delimitación de la alta montaña en Colombia están metidos en un problema grande. Yo entiendo que hay unos esfuerzos muy valiosos del Instituto de Investigación de Recursos Biológicos Alexander von Humboldt, pero no sabemos cómo delimitar esas áreas. De hecho, no sabemos mucho de los páramos; les hemos dado la espalda durante mucho tiempo y ahora pretendemos, a las carreras, comprenderlos para cumplir con las directrices de un ministerio.
¿No se puede entonces delimitar los páramos?
Los ecosistemas de alta montaña son un continuo y están conectados entre ellos. Por ejemplo, el vapor que se produce en los bosques de niebla asciende por los flancos de las montañas y es atrapado por los páramos, completando un ciclo del agua. Como digo, hay un diálogo permanente entre el bosque y el páramo.
¿También hay un “diálogo” hacia arriba, con los nevados?
Sin duda. De hecho tenemos dudas de que las masas glaciares de los Andes del norte estén desapareciendo sólo por efecto del calentamiento global. Creemos que también tiene mucho que ver con la deforestación de las cuencas hidrográficas en las zonas medias y bajas.

¿Qué otras amenazas hay sobre el páramo?
Hemos detectado un calentamiento inusual en las altas montañas del cinturón tropical. Este calentamiento es significativamente mayor que el calentamiento en las zonas bajas. En la alta montaña, en los páramos, por encima de los 4,000 o 5,000 metros de altura, tenemos tendencias que son desde 1.5 hasta 2 veces el calentamiento que se está presentando en las zonas bajas. Ese calentamiento es similar o incluso excede el que se está presentando en el círculo polar ártico. Por eso nuestros glaciares han retrocedido significativamente más rápido que otros en el resto del mundo.
¿Sabemos por qué está sucediendo esto?
Tenemos sospechas. Primero, creemos que tiene que ver con el ajuste de la atmósfera a un desbalance de radiación como consecuencia de nuestras emisiones de gases de efecto invernadero.
Específicamente, en la zona andina tenemos ecosistemas de alta montaña donde solíamos tener masas glaciares. Esas masas glaciares son muy sensibles a los cambios de temperatura: por un lado, cuando baja la temperatura de la tierra, ellas se expanden y descienden por los valles en lenguas muy delgadas; por el contrario, cuando sube la temperatura del planeta, las masas retroceden muy aceleradamente. Esa sensibilidad hace que en la alta montaña queden una gran cantidad de suelos descubiertos que, en vez de rebotar, ahora absorben una parte muy importante de la radiación solar. Esa radiación absorbida por el suelo en estos ecosistemas contribuye al calentamiento inusual.
“No quiero sonar pesimista, pero hemos acabado con nuestros bosques andinos o bosques de niebla que son el motor de humedad más importante que tiene el páramo”
Otro aspecto muy importante es la deforestación. No quiero sonar pesimista, pero hemos acabado con nuestros bosques andinos o bosques de niebla que son el motor de humedad más importante que tiene el páramo. Sin la humedad de estos bosques la integridad de los páramos se ve comprometida. Estas afectaciones no sólo están restringidas a los páramos, sino a todos los ecosistemas de alta montaña.
En otras palabras, para cuidar los páramos, hay que cuidar mucho más que los páramos, y en particular lo que hay alrededor de ellos…
Exacto. En África aprendieron esto hace mucho tiempo: el problema no es estrictamente el calentamiento inusual de los niveles altos, el problema es la deforestación de los bosques por debajo de las masas glaciares. Eso lo entendieron bien para proteger las nieves en el Kilimanjaro. Así, tomaron la decisión de conservar esos bosques y de revitalizarlos. Si bien las condiciones no han retornado a la normalidad, si han logrado estabilizar las masas glaciares.
“El problema no es estrictamente el calentamiento inusual de los niveles altos, el problema es la deforestación de los bosques por debajo de las masas glaciares”.
Para poner el ejemplo colombiano, si uno compara los nevados de la cordillera central, como el Santa Isabel, el Ruiz o del Tolima con los de la Sierra Nevada del Cocuy —que tiene la mayor área de masa glaciar en Colombia— puede ver que en la Sierra las masas nevadas están más estables que en la cordillera central pues los bosques por debajo de ellas están mejor conservados.
Esto parece ratificar la idea de que dibujar una línea alrededor de los páramos no los va a salvar…
Exacto, es muy triste que tengamos que poner líneas.

¿Qué hacer con las personas que ya están adentro y viven en esos ecosistemas, no sólo páramos sino en los bosques que los circundan? De alguna actividad económica tienen que vivir…
No conozco todos los páramos de América Latina, pero en los que he logrado conocer, he visto muchos problemas sociales que hacen que las comunidades que habitan estos ecosistemas generen impactos. Pero, lo que me sorprende, es que no es un tema de pobreza per se: uno ve en ciertas cuencas hidrográficas que el problema es causado estrictamente por la ganadería extensiva y por la expansión de la frontera pecuaria, que busca garantizar potreros abiertos para el ganado. Los propietarios de esos predios no son las familias campesinas de bajos recursos, que están sumidas en las trampas de la pobreza, sino que los predios son operados por grandes propietarios de extensiones que superan los cientos de hectáreas. Así, en teoría, podría ser fácil resolver ese problema de presión en los páramos, pues los grandes latifundistas, para su supervivencia, no tienen que llevar a pastar sus vacas a los bosques de montaña y a los páramos.
Entiendo que algo similar sucede con los cultivos de papa que también han ido colonizando los ecosistemas de páramo…
La papa es otro fenómeno, pues esta ya se está cultivando en Perú en alturas cercanas a los 4000 metros de altura. Es un problema crítico, pues, dado que la alta montaña es cada vez menos fría y tiene condiciones climáticas menos adversas a cultivos que antes no eran posibles en esas altitudes, estamos empujando la frontera agrícola a alturas significativamente más altas.
Este es un problema que trasciende el tema de la conservación de la biodiversidad y tiene que ver también con un asunto de seguridad alimentaria.

Hay modelos de manejo de bosques bajo los cuales, con ciertas reglas, las comunidades logran vivir en el bosque y del bosque. ¿Hay algún modelo conocido y probado donde la gente pueda relacionarse con el páramo y, a la vez, conservarlo?
Esa apreciación es muy difícil. Los que trabajamos en la academia y conocemos el grado de vulnerabilidad de los ecosistemas de páramo tratamos de poner sobre la mesa la propuesta de declararlos ‘intangibles’, para que se restrinja cualquier tipo de actividad productiva que se pueda dar allí. Del otro lado, está la posición de mostrar la importancia de estos páramos y de permitir que haya conocimiento, sensibilización e interpretación de lo delicado que son esos ecosistemas, pero siempre permitiendo que las personas los puedan visitar y conocer. Yo me inclino más hacia la primera posición: yo creo que deberían ser ecosistemas declarados como sensibles, intangibles y cerrados a cualquier tipo de actividad productiva.
¿Qué otras amenazas hay sobre los páramos?
El último problema crítico es que el océano está absorbiendo casi el 50% de ese exceso de energía, producto del desbalance radiativo que tiene el planeta y del exceso de dióxido de carbono que tenemos en atmósfera. El dióxido de carbono —que es uno de los gases de efecto invernadero más potentes— está yendo directamente los océanos. Así, estos están sufriendo un proceso de acidificación y están mostrando importantes tendencias de calentamiento en la superficie. Hasta antes del actual informe del IPCC se sospechaba que el fenómeno de el Niño (con su dos fases: la fase cálida o ‘el Niño’ y la fase fría o ‘la Niña’) iba a volverse cada vez más frecuente, pero no necesariamente más severo. En este nuevo ejercicio, se muestra que el cambio es tanto en la frecuencia como en la magnitud del evento. Durante la fase cálida de el Niño se aceleran significativamente los procesos de disminución de la masa glaciar. Normalmente, durante el periodo de la Niña se logra estabilizar un poco esta situación; sin embargo, en las condiciones actuales no lo estamos logrando. Es decir que el océano Pacífico está jugando en nuestra contra, a pesar de que debería estar jugando a nuestro favor.

Usted dijo en un artículo que los modelos globales del clima han dejado por fuera lo que está sucediendo en los páramos. Es decir, los páramos son invisibles a la ciencia del clima. ¿Por qué? ¿Tiene esto que ver con la asimetría entre la ciencia que se produce en Europa y Estados Unidos —donde no existen los páramos— y la ciencia o el conocimiento que se produce desde América Latina?.
Los modelos climáticos globales son herramientas indudablemente muy poderosas pero que siguen, a la fecha, siendo muy limitadas para representar la complejidad del sistema climático en los trópicos.
Lo que vemos en los ecosistemas de alta montaña es que los incrementos en la temperatura están siendo similares o incluso mayores a lo observado en el circulo polar ártico; no obstante, el mundo no está tomando decisiones con respecto a esto.
“Lo que vemos en los ecosistemas de alta montaña es que los incrementos en la temperatura están siendo similares o incluso mayores a lo observado en el circulo polar ártico”.
La asimetría está más en cómo se están interpretando los resultados de los modelos de circulación global y cómo, con esa información, se toman decisiones y se fijan prioridades. La lectura que hace el público en general y los tomadores de decisiones a nivel internacional es que el problema más urgente es el del oso polar abrazado a una botella de Coca-Cola en el ártico en vez de un oso de anteojos abrazando un pocillo de agua de panela en los Andes tropicales. Este último no vende internacionalmente.
Esto se debe a que los Latinoamericanos no hacemos lo suficiente para poner a Latinoamérica en el “frente de onda” del conocimiento en torno al cambio climático global y a los impactos que tendría en biodiversidad.

Eso quiere decir que, en el fondo, en la ciencia hay desequilibrios de poder político que impiden que el énfasis en la acción se sintonice con las prioridades o sobre los ecosistemas más vulnerables, como los páramos…
Totalmente de acuerdo. Hablando como una persona que ha trabajado con el Panel Intergubernamental, puedo decir que hemos notado que en el ámbito internacional las decisiones están siendo inclinadas hacia otros ecosistemas. En teoría, los Andes tropicales es uno de los hotspots más críticos del mundo, pero los recursos que se están invirtiendo para su conservación y para proyectos que se desarrollan en esa zona siguen siendo muy limitados. Por cuestiones políticas, otros ecosistemas encabezan la lista de hotspots de biodiversidad.
¿Cómo se puede contrarrestar esa situación?
Con información. En la región tenemos un gran vacío en la información para el entendimiento de los ecosistemas de alta montaña que nos pone en desventaja frente a otras regiones que no tienen estos vacíos. Esto puede generar asimetrías importantes a la hora de desarrollar publicaciones científicas.
Se supone que para mirar proyecciones de cambio climático, veinticinco, treinta o cincuenta años a futuro, es necesario entender el pasado distante. Muchos ecosistemas del mundo desarrollado tienen una red hidrometeorológica con registros de sesenta o setenta años atrás, otros tienen registros que datan del siglo XIII. Mientras que las series más extensas que nosotros tenemos en Latinoamérica para el monitoreo de los ecosistemas de alta montaña, datan máximo de 1982 (cuando se abrió la estación del Parque Nacional Natural de los Nevados y que salió de operación cuando éste hizo erupción en 1989). Al día de hoy, en el mejor de los casos, solamente tenemos 18 años de información confiable y continua. Los registros, además, son muy poco homogéneos, están cargados de inconsistencias y vienen de muy pocas estaciones de monitoreo. En Colombia solamente tenemos cinco estaciones. Por esto, los datos no tienen las condiciones de calidad necesarias para que sean considerados dentro de nuestros análisis globales.
“En Venezuela, se estará perdiendo el icónico Pico Bolívar en el trascurso de los próximos dos o tres años”
En los colegios, a los niños en las clases de geografía les enseñaban que en los Andes existían picos con “nieves perpetuas”. ¿Vamos a tener que reescribir esos manuales?
Lastimosamente, sí. A no ser que se frenen significativamente las emisiones globales de dióxido de carbono y que se bajen a cero las hectáreas deforestadas en nuestro país. Cada vez que se hacían proyecciones sobre cuando se perderían las masas glaciares, los informes terminaban siendo alarmistas. Pero, cuando se revisitan hoy en día esos informes, la realidad es que siempre nos quedábamos cortos.
¿Cuánto tiempo de vida le queda a esas “nieves perpetuas”?
En Ecuador y Perú, todavía hay grandes masas glaciares, pero en nuestro país, y en general en los Andes del norte, el escenario es bastante crítico. Nuestras nuevas generaciones no van a tener oportunidad de ver esos glaciares. En Colombia, vamos a perder el Nevado Santa Isabel en el transcurso de los próximos 10 años. Los otros picos que están por encima, como la Sierra Nevada del Cocuy, no creo que sobrevivan más allá del 2050. En Venezuela, se estará perdiendo el icónico Pico Bolívar en el trascurso de los próximos dos o tres años.
¿Tan pronto?
Le queda un parche de nieve de menos de un kilómetro cuadrado.
Vea la evolución de los últimos 35 años del pico nevado de la Sierra Nevada de Santa Marta, en un timelapse de Google Earth.
El artículo elaborado por Lorenzo Morales del Centro ODS, fue publicado en el Espectador. Lo puede consultar aquí.